La burbuja inmobiliaria no es la única burbuja que ha explotado. También ha explotado la burbuja de la codicia empresarial, la de la acumulación y concentración de la riqueza. Las condiciones del mercado han obligado a unos cuantos multimillonarios a reconocer que la vaca ya no da tanta leche ni de tanta calidad como antes. Para que las grandes corporaciones puedan subsistir no basta con despedir a los trabajadores. Eso es tan fácil y ruin a corto plazo como ineficaz a largo plazo. Ahora los propietarios de las multinacionales tienen que ser más honestos con el precio de venta de sus productos, una variable que, a la vista de los descuentos que se ofrecen en la actualidad, demuestran la hinchazón de la avaricia en la que andaban inmersos. Los consumidores, gracias a la información que circula por internet, saben cuáles son los márgenes reales de los productos y evalúan con mayor conocimiento de causa el verdadero valor de cada euro que están gastando.
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Trabajé seis años en una multinacional y tengo varios amigos y conocidos que corroboran conmigo esta tendencia. Algunos directivos (en línea con lo que hacen la mayoría de políticos) tratan de esconder la realidad a sus propietarios con cuentas maquilladas o mensajes incompletos, pero quienes juegan limpio con sus accionistas emplean todo su talento en convencerles para que reduzcan la velocidad de sus ordeñadoras y que les den los recursos necesarios para adaptar su oferta comercial a este nuevo consumidor con pocos recursos que paga muy alto el precio de convertirse en usuario de su producto. Algunos lo llaman consumidor responsable. A mí me gusta llamarlo consumidor consciente.
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