Tengo la teoría que los seres humanos tenemos la capacidad de comunicarnos desde diferentes niveles de conciencia. El primer nivel es el de la conversación de ascensor, aquél en el que sólo hablamos de temas intrascendentes y que podrían ser prescindibles sino fuera por motivos que tienen que ver con la urbanidad o la cortesía. Existe un segundo nivel, siempre desde mi teoría, cuyo esteriotipo lo podemos encontrar en una conversación de sobremesa. Aquí, nuestros interlocutores son la familia, los amigos o los compañeros de trabajo. No ocurre siempre, pero, en general, en este tipo de situaciones nos vemos obligados a dar una opinión sobre un tema o una situación o una persona y es a través de nuestro punto de vista que un ojo ajeno puede empezar a crearse una imagen de nuestra personalidad. En cualquier caso, son situaciones donde nos mantenemos en nuestra zona de confort que nos permite socializar sin tomar riesgos emocionales. El tercer nivel ocurre en charlas con amigos muy íntimos o con la pareja o con el terapeuta, o, ¿por qué no?, con nuestros padres o nuestros hijos. Quien escucha nuestras palabras en este tipo de conversaciones accede a nuestro lado más vulnerable y percibe las emociones que brotan desde nuestro interior. Es en este nivel donde se pone en juego toda nuestra estabilidad. Por último, me atrevo a proponer un cuarto nivel. Es el del silencio, donde no hacen falta ni palabras ni emociones. Es el nivel del AMOR que trasciende lo social y lo consciente.
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Dice mi teoría que la mayoría de nuestras conversaciones se producen en el primer y, sobre todo, en el segundo nivel. Es decir, en aquellos estadios donde nos hemos acostumbrado a relacionamos desde la superficie y donde lo aparente prima por encima de lo transparente. Los expertos dicen que esto ocurre porque uno de las necesidades humanas básicas es el sentimiento de aceptación o reconocimiento y que las personas nos hemos acostumbrado a modelar conductas o a reformular creencias en aras de esa recompensa emocional. Los seres humanos, a veces, pagamos un precio muy elevado por el amor que recibimos mientras transitamos en esos niveles. Separaciones, crisis personales, adicciones, debacles financieros, … pueden tener su origen por el hecho de vivir en el nivel equivocado, por el hecho de orientar nuestra energía en propulsar un avatar pesado e ineficiente. Con el paso de los años, esa carga se vuelve insoportable y va mermando la urdimbre del disfraz hasta su desintegración.
La conclusión de mi teoría es que frecuentemos más el tercer y cuarto nivel, porque en ellos también podemos encontrar nuestra recompensa en forma de aceptación o de amor. Qué bonito sería mantener una conversación de sobremesa donde cada contertulio pudiera hablar en algún momento desde su lado más genuino y honesto sin tener que preocuparse por su estabilidad emocional.
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