Lo confieso. Yo fui uno de esos desgraciados que menciono en el post. Sí, de esos que buscaban a la mujer como un fin para satisfacer su ego y no como un ejemplo para deshacerse de él. Sin tacto, sin empatía. No es que mirara a las chicas desde una única perspectiva, es que ni las veía, cegado como estaba por mi instinto cazador. Me encontraba a años luz de poder acercarme a lo femenino con interés y respeto. En mi programación neuronal no había espacio para el tacto, el silencio, la escucha. Y así me pasé muchos años, incluso después del accidente, saliendo de la cama de mi amante con mucha prisa y con un absoluto desconocimiento de quién era la persona con la que acababa de compartir la noche.
Si miro atrás y busco una explicación a tanta aspereza en el trato íntimo solo me viene a la mente una palabra: ignorancia. Mis actos, o la ausencia de ellos, no estaban guiados por una motivación específica o un deseo de querer ofender o menospreciar. Sencillamente, no sabía hacerlo de otra manera. En mi referente familiar y cultural nadie había escrito un capítulo sobre la sensibilidad, la caricia o la apertura emocional. Mi plan era seguir el plan que habían seguido mis ancestros: estudiar mucho, trabajar mucho y ganar mucho dinero para casarme y criar hijos que estudiaran mucho, trabajaran mucho y ganaran mucho dinero.
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Desde mi experiencia personal, y desde lo que escucho en experiencias masculinas ajenas, creo que el hombre también tiene una herida arquetípica, entendida esta como una ausencia. Si la mujer esconde su vulnerabilidad porque tiene pavor a que un tío sin escrúpulos se la reviente de un plumazo, el hombre oculta la suya, en una primera instancia, porque ignora lo qué es y dónde está, y, en segundo lugar porque, una vez localizada, no sabe qué demonios tiene que hacer con ella. Como resultado de este juego tan macabro tenemos a dos opuestos que transitan cojos por la vida. Unos y otros, de forma consciente o inconsciente, se relacionan entre sí en un terreno absolutamente superficial. Unos y otros se las apañan para arriesgar lo justo y solo dejan ver al otro aquella parte de su personalidad desde la que pueden controlar el panorama.
Sí, podemos decir que a nivel arquetípico la mujer es una víctima del hombre. Pero también se puede concluir que el hombre es víctima de sí mismo. No entro en valoraciones sobre quién lo pasa peor. Hablo de generalidades. Veo a muchas mujeres de mi generación que, desilusionadas, han roto la baraja y deciden que no jugarán a enamorarse nunca más. Así mismo, veo a muchos hombres que ni se han enamorado ni se enamorarán en su vida porque en lugar de aprender a descubrir qué sienten al mirar los ojos de su pareja en silencio mientras le acarician la palma de la mano prefieren sostener su rol de macho a costa de repetir clichés que ni les pertenecen ni les hacen ningún bien.
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