Reinterpreto un texto de Byron Katie:
«Cuando aceptamos ‘lo que es’ no tenemos que decidir nada. En nuestra vida sólo tenemos que esperar y ver; y confiar que la decisión la tomaremos (o se tomará) a su debido tiempo. Somos personas sin futuro. Cuando no tenemos que tomar decisiones, no hay futuro ni planificación. Todas las decisiones se toman por sí solas. Cuando mentalmente nos contamos la historia que tenemos que hacer algo (o tenemos que decir algo o tenemos que ser de una determinada manera), nos estamos apegando a esa historia.
Supongamos que volvemos de una día en el campo y encontramos la casa llena de ropa sucia, montones de papeles en la mesa del despacho, el plato de la comida del perro vacío, los baños sin hacer y una pila de platos por lavar. En lugar de entretenernos en alimentar el juicio de que somos un desastre, podemos escuchar la voz interna que nos dicta por donde empezar: “Lavar los platos.” Es como seguir un mandato divino que nace en nuestra fuero más interno: “Lavar los platos.” No suena muy espiritual, pero la propuesta es que sigamos esas instrucciones. Nos levantamos, nos ponemos el delantal y empezamos a lavar platos. Uno a uno. Y cuando hemos acabado esa tarea, volvemos a obedecer la orden que nos indica la siguiente faena. No se necesita nada más. Al final del día, la casa estará ordenada sin necesidad de entender quién o qué lo hizo.
Cuando aparece un pensamiento del tipo “Lavar los platos” y no le hacemos caso, entramos en una guerra interna. Y sería algo así como: “Los lavaré más tarde. Hace tiempo que debería haberlos lavado. Mi pareja tendría que lavarlos. No es mi turno. No es justo. La gente pensará mal de mí si no lo hago ahora.” Con todo este arsenal de pensamientos se genera un estrés y un cansancio mental de proporciones descomunales.
La metáfora de” lavar los platos “ se puede aplicar a cualquier tarea, idea o pensamiento. De lo que se trata es de recibir con amor ‘lo que es’ en ese momento. Sea lavar los platos, llamar a los padres o hacer los deberes del día siguiente. Nuestra voz interior nos guía durante todo el día. A pesar de que es sólo una pequeña historia, cuando seguimos los designios de esa voz, nos ponemos manos a la obra y se acaba la historia. Dejamos de regodearnos en el pensamiento y nos dedicamos a vivir en plenitud. esperando, confiando y amando lo que aparece frente a nosotros aquí y ahora. Nunca recibimos más de lo que podemos acoger o gestionar, y siempre es una sola cosa cada vez.»
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