Vivimos en una cultura que propugna la dominación, la obediencia, la jerarquía, la homogeneidad, la desconfianza, la competencia, el logro, la eficiencia, la tecnología, el apego a la verdad, la dicotomía, la racionalidad, … Parece que la maldad se combate con la razón y que la razón, en contraposición con la emoción, nos acerca a lo bueno. Como resultado, nuestra cultura descarta o desconfía de las emociones porque éstas nos alejan de la razón y nos acercan a lo arbitrario, que es lo malo. Esa dicotomía bueno-malo, verdad-mentira, correcto-incorrecto, es una imposición cultural que no pertenece a la naturaleza de lo humano.
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Volvamos a mirar la foto. El ser humano cuando nace es amor, respeto mutuo, tolerancia, heterogeneidad, desapego a la verdad, emoción, bondad, bienestar, … El dolor, el sufrimiento no son intrínsecos de esa naturaleza y aparecen generalmente en la etapa adulta cuando el ser humano empieza a interrelacionarse con su entorno cultural. Es en ese momento cuando se produce una negación del amor. Vivimos en una cultura que habla del amor pero que no vive en él. Para vivir en el amor tenemos que atrevernos a ser nosotros mismos y para ello tenemos que atrevernos a dejar de aparentar, atrevernos a ignorar la aprobación ajena, en definitiva, atrevernos a renunciar a vivir una vida que no nos pertenece.
El cambio cultural, por tanto, es posible: basta con cambiar nuestra emoción e instalarnos en el AMOR.
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