Dice Paco Traver que “sin poder -o mejor dicho sin asimetrías en las relaciones de poder- es imposible curar, educar, enseñar o dirigir a nadie. Un juego que viene definido por reglas que están en el propio encuadre: uno que no sabe y otro que sabe, uno que carece y otro al que le sobra (como en Poros y Penia), uno que es exceso y otro déficit, uno que ama y otro que debe dejarse amar, uno que es sujeto y otro que es objeto.”
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A mí, personalmente, la idea del poder me chirría bastante, en especial en lo referente a las relaciones entre terapeuta y paciente o entre coach y coachee. Siempre he pensado que el Amor es el mejor entorno para que una persona sea capaz de hacer el clic terapéutico. No el poder. La distancia, o el desequilibrio al que se refiere el Dr. Traver, me genera desconfianza. ¿De qué manera se aproxima un psicólogo a una persona si está convencido de que él lo tiene/sabe todo? ¿Qué energía percibe un paciente que acude a una consulta con la sensación de que le falta algo? Todas las personas, a mi modo de ver, están completas. Si sufren no es porque son seres inferiores, sino porque, probablemente, no han aprendido a gestionar los recursos que les permita saberse, es decir, observarse a sí mismos con un cierto desapego y distanciamiento. En definitiva, para tomar conciencia y desidentificarse con la emoción que los castiga.
Carl Jung lo explica de forma magistral: “Conozca todas las teorías, domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana.”
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