Hay una filosofía que aprendí del coaching y con la que me siento plenamente identificado. Se trata de la actitud que tiene un coach a la hora de relacionarse con sus clientes. Mientras que los terapeutas tradicionales ven al otro como alguien que no ‘funciona’ o no está bien y a quien hay que ‘arreglar’, en el coaching nadie está mal ni hace falta ‘corregir’. No estoy de acuerdo con las terapias en el sentido que hay un señor que dice que sabe lo que me está pasando y que su decir tiene características de verdad única. Él sabe cómo soy y su decir es más importante que el mío. Él me dice lo que me pasa y tengo que acatar ese decir porque él sabe.
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El coaching se alinea en una posición filosófica distinta. El coaching siempre está centrado en la vida como camino de aprendizaje, en el hacer. En el coaching lo que le falta es aprender algo que no se ha aprendido con anterioridad. El coach mira a la persona en un momento de vida que le genera un sufrimiento, pero esa persona está completa, no le falta nada para dejar de sufrir; sólo tiene que suspender eso que está haciendo. El coach no sabe cómo eliminar ese sufrimiento pero le dice a su interlocutor ‘te acompaño, exploremos, investiguemos, hablemos, …’
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