Es nuestra primera conversación. Llevamos una hora larga hablando de las diferentes opciones que tiene para librarse de esa sensación de angustia que le apelmaza la existencia. Le explico mi proceso porque intuyo que hay semejanzas. «Sí, hay cosas que me resuenan –asiente cabizbajo- pero no me basta. Necesito saber y entender qué me pasa». No es la primera vez que escucho el comentario. Me pide garantías, plazos, porqués, cómos y cuándos y lo único que soy capaz de decirle es que piense menos y sienta más; que busque algún taller vivencial para explorar su lado emocional. Que pruebe a tirarse al vacío.
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En un momento de la conversación, le hago un par de preguntas. Intuyo que hemos tocado piedra. Se pone la mano sobre el mentón y alarga la mirada. Definitivamente hemos tocado piedra. Ahora nuestra conversación transcurre en silencio.
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